Teofrasto Paracelso fue un Alquimista, Médico y Astrólogo nacido un 10 de Noviembre de 1493 en Suiza.
Dejó formulados siete reglas para una vida con sentido, donde se confirma que los antiguos ya conocían perfectamente la relación entre cuerpo y psique mucho antes de que la psicoinmunología comprobase los efectos bioquímicos de las emociones en nuestra salud.
Él creía que los seres humanos son un microcosmos y que un buen médico no es el que más se prepara académicamente, sino el que mejor entiende la naturaleza y el orden cósmico.
Es médico quien sabe de lo invisible, de lo que no tiene nombre ni materia, y sin embargo, tiene su acción.
La naturaleza no da nada perfecto, es el hombre quien tiene que consumarlo. Esta consumación se llama Alquimia. El Alquimista es el panadero que cuece el pan, el bodeguero que hace el vino, el tejedor que teje el paño.
En sus reglas, habla de una salud holística, de la confianza en la vida, la benevolencia, de estar conectados con nuestro interior y del valor del silencio y la discreción.
1. Lo primero es mejorar la salud.
Para ello hay que respirar con la mayor frecuencia posible, honda y rítmicamente, llenando bien los pulmones, al aire libre o asomado a una ventana. Beber diariamente a sorbos pequeños dos litros de agua, comer muchas frutas y masticar los alimentos del modo más perfecto posible. Evitar el alcohol, el tabaco y las medicinas, a menos que estuvieras sometido a un tratamiento por una causa grave, así como bañarte diariamente.
2. Desterrar absolutamente de tu ánimo, por más motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y pobreza.
Huir como de la peste, de toda ocasión de tratar a personas maldicientes, viciosas, ruines, murmuradoras, indolentes, chismosas, vanidosas o vulgares e inferiores. Esta regla es de importancia decisiva, se trata de cambiar la espiritual contextura de tu Alma. Es el único medio de cambiar tu destino, pues éste depende de nuestros actos y pensamientos. El azar no existe.
3. Haz todo el bien posible.
Auxilia a todo desgraciado siempre que puedas, pero jamás tengas debilidades por ninguna persona. Debes cuidar tus propias energías y huir de todo sentimentalismo.
4. Olvida toda ofensa; esfuérzate por pensar bien siempre.
Tu Alma es un templo que no debe ser jamás profanado por el odio. Todos los grandes seres se han dejado guiar por esa suave voz interior, pero no te hablará así de pronto, tienes que prepararte por un tiempo. Destruír las superpuestas capas de viejos hábitos, pensamientos y errores que pesan sobre tu espíritu, que es divino y perfecto en sí.
5. Debes recogerte todos los días, por lo menos media hora donde nadie pueda turbarte, lo más cómodo posible con los ojos medio cerrados sin pensar en nada.
Esto fortifica energéticamente el cerebro y el Espíritu y te pondra en contacto con las buenas influencias. En este estado de recogimiento y silencio, suelen ocurrirnos ideas y reflexiones brillantes que son susceptibles de cambiar toda una existencia. Con el tiempo, todos los problemas que se presentan serán resueltos victoriosamente por una voz interior que te guiará en tales instantes de silencio, a solas con tu propia conciencia.
6. Debes guardar absoluto silencio de todos tus asuntos pesonales.
Abstenerse, como si hubieras hecho juramento solemne, de referir a los demás, aún de tus más íntimos, todo cuanto pienses, oigas, sepas, aprendas, sospeches o descubras. Por un largo tiempo al menos debes ser como casa tapiada o jardín sellado. Es regla de suma importancia.
7. Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el día de mañana.
Ten tu Alma fuerte y limpia y todo te saldrá bien. Jamás te creas solo ni débil, porque hay detrás de ti ejércitos poderosos, que no concibes ni en sueños. Si elevas tu espíritu no habrá mal que no pueda tocarte. El único enemigo a quien debes temer es a ti mismo. El miedo y desconfianza en el futuro son madres funestras de todos los fracasos. Atraen las malas influencias y con ellas el desastre.
Si se estudia atentamente a las personas triunfadoras, se verá que intuitivamente observan gran parte de las reglas que anteceden. Por otro lado, la riqueza no es sinónimo de dicha. Puede ser uno de los factores que conduzcan a ella, por el poder que ofrece para hacer buenas obras. Pero la dicha más duradera solo se consigue por otros caminos, allí donde nunca impera el antiguo Satán de la leyenda, cuyo verdadero nombre es egoísmo. Jamás debe uno quejarse de nada, hay que dominar los sentidos, huír tanto de la autocompasión como de la vanidad. La autocompasión sustrae fuerzas y la vanidad las paraliza.